Francisca Hollmann, nuestra ex alumna, ocupó el 18 de Octubre de 2014, la contratapa del diario “Tiempo Argentino”
Allí reconstruye el origen y objetivos de una experiencia que instala a la creatividad como herramienta de lucha a la exclusión social. Los dilemas y el desvelo por dar "lo mejor".
Clara Encabo
Cuando terminó el libro tuvo la certeza de haber encontrado su camino. Un mundo sin pobreza, del Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus, fue un faro en la vida de Francisca Hollmann. Un vecino de Pringles, el campo donde se crió entre seis hermanos, le acercó ese material sin saber que iba a torcer la vocación de aquella joven estudiante de Comunicación Social. Una amiga en común le presentó a Gastón Pauls –hasta entonces el chico de la tele– y juntos fundaron en 2004 la Casa de la Cultura de la Calle (CaCuCa, para los más bajitos), con el objetivo de promover la creatividad y el aprendizaje en infancias y adolescencias en situación de desigualdad y exclusión social. En varios puntos del país, desarrollaron talleres y actividades artísticas en las que participaron cientos de chicos y chicas. Tantos que perdieron la cuenta.
–¿Cómo fue aquel comienzo?
–Empezamos CaCuCa con toda la energía, el amor del mundo, sin experiencia y sin lugar propio donde ubicar la Casa. Decidimos dejar de esperar e ir a donde estaban los chicos: centros de régimen cerrado y de día, barrios del gran Buenos Aires y villas de Capital, trabajando siempre articulados en red con otras organizaciones. Fue mucho tiempo de formación para entender lo que veíamos, ya que no éramos psicólogos ni trabajadores sociales.
–¿Qué estrategias tejieron?
–Nuestra propuesta es desde lo artístico, pues lo creativo tiene que ver con una misión noble y humana, y estamos convencidos de que todos los chicos lo tienen. Algunos tienen por primera vez un vínculo distinto con un adulto: alguien que te mira, te escucha, te pregunta... Por eso tratamos de armar siempre los mejores equipos y propuestas pedagógicas.
–¿Existe un prejuicio alrededor de esa elección?
–Es una cuestión cultural con la que hay que luchar. Muchos piensan que como los chicos no tienen nada, cualquier cosa va a ser mejor. Nosotros creemos que justamente esa es la razón por la que necesitan lo mejor, tener las mejores propuestas.
–¿Cómo evalúan su aporte?
–Es un trabajo invisible. Muchas veces nos preguntamos de qué sirve un taller de actuación o fotografía en las realidades que ellos tienen con un montón de derechos no garantizados. Es invisible pero crucial. Un chico estimulado es uno que definitivamente tiene más posibilidades, más allá de si es un buen fotógrafo o un gran actor. Apostamos a que pueda atravesar por un proceso creativo, pedagógico, vincular, donde lo que se pone en juego es otra cosa, y la cámara es una excusa, y el tambor es una manera de decir sin la palabra, que es tan difícil de sacar.
CaCuCa recibe donaciones particulares y de empresas, subsidios de Nación y Ciudad, con las que en estos años produjeron cortos, muestras de fotografía, obras de teatro, de títeres, clases abiertas, canciones, libros de cuentos, murales y una enorme cantidad de producciones de artes plásticas. Actualmente preparan el segundo volumen del disco Canciones de cuna, que va por su 4° edición. Y en González Catán, por ejemplo, llevaron adelante un proyecto de formación de promotores musicales comunitarios, que fue difícil de sostener. De los 15 jóvenes que empezaron quedó una sola chica, ya que el resto salió a trabajar, a cartonear o cambió de barrio. Ella transmitió lo aprendido a otros veinte de entre 7 y 12 años, y juntos se presentaron la semana pasada a tocar en El Quetzal Casa Cultural en el corazón de Palermo. Era la primera vez que tocaban fuera del barrio, algunos ni siquiera conocían la Capital. Ese objetivo cumplido es el combustible para seguir.
–¿Con qué otros desafíos se enfrentan?
–Tenemos que estudiar y formarnos para estar a la altura de los chicos, y desandar la creencia de que somos quienes tenemos un saber. Apostamos a que el encuentro pedagógico es lo que genera conocimiento. No es un discurso, realmente aprendemos más nosotros.
–¿Cuál es el balance personal de estos diez años?
–Es un proyecto de mucho peso que forma parte de mi vida. Estoy muy contenta porque no hemos perdido el eje de lo que queríamos hacer a pesar de las dificultades y del cansancio. Los momentos que compartimos con los chicos son pequeños, fugaces, pero el arte sigue siendo un camino hacia la transformación social.